Tenía nombre y función de electrodoméstico y algún día fue señorita. De cuarenta a cincuenta centímetros de largo, medían los costados vellosos y con pintas blancas de sus extremidades succionadoras, mangueras que sin siquiera tocar podían extraer el hálito vital de cualquier niño. Con predilección por los más pasionales, amilanaba y sobresaltaba con absorciones descalificantes; aborrecía a los rozagantes, a los oriundos, a los satisfechos, a los contentos y a los exuberantes, a todos los que por rasgos personales tienden a la efusión, ya que eran sus más polares. Tres articulaciones amarillentas junto a la cabeza sobrecogían de entre las demás pálidas mangueras por su poder sobre los esfínteres de las criaturas impresionables. Trepadora, semejante a oruga o larva, era la visión de su mueca sonrisa, macabro gesto forzado que asolaba y astringía cualquier alegría espontánea. Solía poner sus huevos de espanto en las camas que ocupaban los niños que se quedaban encargados por sus padres a alojar; camas que enfundaba de sábanas que luego tuviera que quemar por sucias; niños que solían pasar la noche clamando por que viniera el cuco ya que era preferible preocuparse por el etéreo figurado que dormir cerca de ella, amenaza de cuerpo presente; cuerpo éste que en visión general recordaba por su aspecto a una capucha cónica con tentáculos colgantes en sus bordes. !Ay¡ qué asustaba la adusta, qué secaba la marchita, qué drenaba ganas con su boca arruga hosca, rígida, estrecha, acre, agria, verdosa, que si decía algo, profería un idioma en el que todas las palabras significaban náusea, había palabras que la virulenta más parcial pronunciaba como arcadas, palabras como deseo, apetito, arrebato, ardor y todas las que refieran a catres, camas y otras horizontalidades; esos sus ojos de zoom para las manchas y los pecados, parecían ojos en los ojos como los de las moscas; esa cara de asco con que veía, era la única que tenía, aunque a veces también veía con cara de ascosidad. ¿Qué le habrá hecho la vida expiar para encomendarle la ingrata tarea de escamar con la vista a los pequeños? La muy Herodes achicaba, apocaba, languidecía y consumía energías infantiles. Temida, acongojaba todas las visitas sociales… cuidado y una mano niña que por sudor de miedo chorrea la tierra de la palma, toque una de sus prístinas paredes blancas; cuidado la opresión del corazón y la dificultad de respirar hagan orinar su alfombra mil veces aspirada, y, !esos zapatos viejos mal lustrados y desamarrados ya le están encrespando los tentáculos¡... niña, que si hoy te has bañado, preguntaba cerrando las ternillas de la nariz, que si los dientes una carie alojan ya te la quisiera sacar con lejía, que si pudiera obligaría a todos los hombres a lavarse el sexo con guantes y escafandra por cosa tóxica, asquerosidad podre que desinfectar sin rozar.
Dicen que era así porque nació inmediatamente después de una que eclipsó toda su palanqueta de afecto, pan que se supone viene en las guaguas bajo cada brazo izquierdo, dicen que de bebé ya puñeteaba a la hermana sedosa, que obviamente traspasara esa frustración a la descendencia fraterna y que, seguramente, un orgasmo hubiera sido el brebaje que la subsanara a su forma de persona.
Dicen que era así porque nació inmediatamente después de una que eclipsó toda su palanqueta de afecto, pan que se supone viene en las guaguas bajo cada brazo izquierdo, dicen que de bebé ya puñeteaba a la hermana sedosa, que obviamente traspasara esa frustración a la descendencia fraterna y que, seguramente, un orgasmo hubiera sido el brebaje que la subsanara a su forma de persona.
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