jueves, 10 de junio de 2010

cuencanerías



Negada la fruición se publican,

desinchados del antojo mis coterráneos,

flácidos de impulso,

iterativos en las generaciones que tienen los rubores

remojados en cloro de palidecer,

burdamente correctos y corregidos,

entorpecen sus voluptuosidades,

pobrecitos ahí engreídos de su despojo de raudales,

ciegos a la metáfora natural de los cuatro ríos: los ardorosos caudales.

Será que se comen las pasiones en lo oscuro,

allá lejos del escarnio de haberlas,

que las tienen guardadas bajo la almohada

para lamerlas cual dulce de navidad que hacen durar hasta mayo

¡qué fuera pintoresco eso!

Será que me mienten, sí eso, en abundancia,

y se desdoblan en paralelos desahogos abstrusos,

¡qué fuera feo aquello!

Será que se aguantan porque tienen enormes vejigas

¡poco saludable condición!

o que, ciertamente,

tienen en la templanza más complacencia

¡respetable circunstancia!.

Talvez se sentirán ya bastante follados ellos

por esos líderes de secta: la tarjeta plástica,

el latón prestigioso y el cambiario documento

¡qué fuera vulgar el estado ese!

(Conjeturas provisionales todas estas, de mi facultad de apetito)

Yo, siendo también nativa de la ciudad regada,

no sé por cuál pulso pude conjurar a la vida

y botada, loca de generosa ésta

me dio aún más afluentes que metaforar.

Comunico para propósitos del registro del cabildo,

que hasta ahora no necesité suicidios

como les pasa a todos los profundos

que se sacan los calzones,

que dicen nalga,

que no se confiesan los sueños si nada más han hecho que confesar

(evangelio según los catequistas y las amigas catequizadas);

no me han salido pelos en las manos

ni me he convertido en pescado,

no me han brotado tres seis occipitales, les cuento,

por más taco de sentimientos, latex, papel y otras curiosidades

que a veces me congestionan las vías de deambular,

mezcla de ingredientes esa

que según la gastronomía femenina de la zona,

no se juntan en nombre del buen nombre de la estirpe gloriosa

y que supieran a gatuperio, sabor de cholo.

Nunca me supieron a tan advertida bilis, comento,

aunque algo de verdad tiene eso de un cierto sabor autóctono

pero ¡qué es más bien sabrosa la masa mestiza!

No, no he conocido el infierno, informo,

por más intolerancias suyas que he cometido

y por más que intolerancias me brotan propias y paradójicas

para con los laicos de la conducta,

que ni siquiera llegan a legos, lejos a abates,

pero dicen comportamiento de papa.

Declamo poético denuesto contra su artificial recato,

apóstrofe en el sexo

que bendicen si no despliega el doblez de la sábana,

yo en cambio la arrebujo, !mil veces la reburujo¡

yo fui amancebada,

y madre sin anillo,

yo fume y me tatué y me perforé con gusto

sin dejar de ser hija de la ciudad que es también de mí,

soy amiga de sus moscas

y la única cruz de dedos que hago es para la indiferencia.

Con vista de microscopio,

par de ojos de acercamiento para distinguir las cosas,

con lengua de hilvanar para no dejar sueltas

las palabras merecidas y siempre descosidas de los anales,

hábiles en plácemes y terrores

ésta y otros paisanos

por suerte alteramos su crónica lacónica,

eso, verán que agradece la historia además de la comidilla.


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