sábado, 12 de junio de 2010

La aspiradora


Tenía nombre y función de electrodoméstico y algún día fue señorita. De cuarenta a cincuenta centímetros de largo, medían los costados vellosos y con pintas blancas de sus extremidades succionadoras, mangueras que sin siquiera tocar podían extraer el hálito vital de cualquier niño. Con predilección por los más pasionales, amilanaba y sobresaltaba con absorciones descalificantes; aborrecía a los rozagantes, a los oriundos, a los satisfechos, a los contentos y a los exuberantes, a todos los que por rasgos personales tienden a la efusión, ya que eran sus más polares. Tres articulaciones amarillentas junto a la cabeza sobrecogían de entre las demás pálidas mangueras por su poder sobre los esfínteres de las criaturas impresionables. Trepadora, semejante a oruga o larva, era la visión de su mueca sonrisa, macabro gesto forzado que asolaba y astringía cualquier alegría espontánea. Solía poner sus huevos de espanto en las camas que ocupaban los niños que se quedaban encargados por sus padres a alojar; camas que enfundaba de sábanas que luego tuviera que quemar por sucias; niños que solían pasar la noche clamando por que viniera el cuco ya que era preferible preocuparse por el etéreo figurado que dormir cerca de ella, amenaza de cuerpo presente; cuerpo éste que en visión general recordaba por su aspecto a una capucha cónica con tentáculos colgantes en sus bordes. !Ay¡ qué asustaba la adusta, qué secaba la marchita, qué drenaba ganas con su boca arruga hosca, rígida, estrecha, acre, agria, verdosa, que si decía algo, profería un idioma en el que todas las palabras significaban náusea, había palabras que la virulenta más parcial pronunciaba como arcadas, palabras como deseo, apetito, arrebato, ardor y todas las que refieran a catres, camas y otras horizontalidades; esos sus ojos de zoom para las manchas y los pecados, parecían ojos en los ojos como los de las moscas; esa cara de asco con que veía, era la única que tenía, aunque a veces también veía con cara de ascosidad. ¿Qué le habrá hecho la vida expiar para encomendarle la ingrata tarea de escamar con la vista a los pequeños? La muy Herodes achicaba, apocaba, languidecía y consumía energías infantiles. Temida, acongojaba todas las visitas sociales… cuidado y una mano niña que por sudor de miedo chorrea la tierra de la palma, toque una de sus prístinas paredes blancas; cuidado la opresión del corazón y la dificultad de respirar hagan orinar su alfombra mil veces aspirada, y, !esos zapatos viejos mal lustrados y desamarrados ya le están encrespando los tentáculos¡... niña, que si hoy te has bañado, preguntaba cerrando las ternillas de la nariz, que si los dientes una carie alojan ya te la quisiera sacar con lejía, que si pudiera obligaría a todos los hombres a lavarse el sexo con guantes y escafandra por cosa tóxica, asquerosidad podre que desinfectar sin rozar.
Dicen que era así porque nació inmediatamente después de una que eclipsó toda su palanqueta de afecto, pan que se supone viene en las guaguas bajo cada brazo izquierdo, dicen que de bebé ya puñeteaba a la hermana sedosa, que obviamente traspasara esa frustración a la descendencia fraterna y que, seguramente, un orgasmo hubiera sido el brebaje que la subsanara a su forma de persona.

jueves, 10 de junio de 2010

cuencanerías



Negada la fruición se publican,

desinchados del antojo mis coterráneos,

flácidos de impulso,

iterativos en las generaciones que tienen los rubores

remojados en cloro de palidecer,

burdamente correctos y corregidos,

entorpecen sus voluptuosidades,

pobrecitos ahí engreídos de su despojo de raudales,

ciegos a la metáfora natural de los cuatro ríos: los ardorosos caudales.

Será que se comen las pasiones en lo oscuro,

allá lejos del escarnio de haberlas,

que las tienen guardadas bajo la almohada

para lamerlas cual dulce de navidad que hacen durar hasta mayo

¡qué fuera pintoresco eso!

Será que me mienten, sí eso, en abundancia,

y se desdoblan en paralelos desahogos abstrusos,

¡qué fuera feo aquello!

Será que se aguantan porque tienen enormes vejigas

¡poco saludable condición!

o que, ciertamente,

tienen en la templanza más complacencia

¡respetable circunstancia!.

Talvez se sentirán ya bastante follados ellos

por esos líderes de secta: la tarjeta plástica,

el latón prestigioso y el cambiario documento

¡qué fuera vulgar el estado ese!

(Conjeturas provisionales todas estas, de mi facultad de apetito)

Yo, siendo también nativa de la ciudad regada,

no sé por cuál pulso pude conjurar a la vida

y botada, loca de generosa ésta

me dio aún más afluentes que metaforar.

Comunico para propósitos del registro del cabildo,

que hasta ahora no necesité suicidios

como les pasa a todos los profundos

que se sacan los calzones,

que dicen nalga,

que no se confiesan los sueños si nada más han hecho que confesar

(evangelio según los catequistas y las amigas catequizadas);

no me han salido pelos en las manos

ni me he convertido en pescado,

no me han brotado tres seis occipitales, les cuento,

por más taco de sentimientos, latex, papel y otras curiosidades

que a veces me congestionan las vías de deambular,

mezcla de ingredientes esa

que según la gastronomía femenina de la zona,

no se juntan en nombre del buen nombre de la estirpe gloriosa

y que supieran a gatuperio, sabor de cholo.

Nunca me supieron a tan advertida bilis, comento,

aunque algo de verdad tiene eso de un cierto sabor autóctono

pero ¡qué es más bien sabrosa la masa mestiza!

No, no he conocido el infierno, informo,

por más intolerancias suyas que he cometido

y por más que intolerancias me brotan propias y paradójicas

para con los laicos de la conducta,

que ni siquiera llegan a legos, lejos a abates,

pero dicen comportamiento de papa.

Declamo poético denuesto contra su artificial recato,

apóstrofe en el sexo

que bendicen si no despliega el doblez de la sábana,

yo en cambio la arrebujo, !mil veces la reburujo¡

yo fui amancebada,

y madre sin anillo,

yo fume y me tatué y me perforé con gusto

sin dejar de ser hija de la ciudad que es también de mí,

soy amiga de sus moscas

y la única cruz de dedos que hago es para la indiferencia.

Con vista de microscopio,

par de ojos de acercamiento para distinguir las cosas,

con lengua de hilvanar para no dejar sueltas

las palabras merecidas y siempre descosidas de los anales,

hábiles en plácemes y terrores

ésta y otros paisanos

por suerte alteramos su crónica lacónica,

eso, verán que agradece la historia además de la comidilla.


jueves, 3 de junio de 2010

la escuela de la postrimería


"¿Quién me untó la muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?
y es que mi vida ha estado marcada por la muerte".
J. Sabines.


Cuando era niña creo, estoy segura, veía fantasmas; de adolescente induje mi propia muerte y encontré el pretexto para llorar por mis vivos (a los que hoy están muertos más los lloré cuando vivían); de adulta ya me pasó esa amputación natural reiteradas veces, la espanté con auxilios cuando tuve fuerzas, la invoqué caritativa cuando ya no las tuve, la senté a esperar charlando conmigo en los hospitales, la tuve en mis manos hasta que se enfriaron los cuerpos y le encontré tantas alegorías, le encontré tantas patas de araña, le encontré tanta sustancia, le encontré tantas sinrazones; ¿o me encontró? tal vez soy una hallada de la muerte, una ahijada suya, aprendiz, alumna bajo su signo. No reniego de ella, nunca lo haría.