viernes, 23 de julio de 2010

En la Sebastiana o las cosas

Por decir un parecer no coincido,
no con el gusto por la pertenencia.
Sí el arte, los artífices y no el artificio
del precio que mueve al aprecio de las cosas;
no, no con el tener muy ansiado
que estimula al coleccionista voluntarioso
lo mismo que al ludópata o al simple ambicioso.
Por discurrir una conjetura no comparto,
no si el fetiche es cosa y luego será acumulada.
El museográfico, de los valores de la materia,
sólo es lo que la pieza tiene impregnado de humano;
el poeta parece que se daba cuenta.
Diré por probar alguna opinión,
que era buen oficiante, buen operario de letras,
pero suerte también tuvo
y por eso plata para rebuscar posesiones;
parece que sintió lo vergonzante de quererlas
y les hizo odas para quitarles lo cosa;
el poeta las quiso volver significantes,
en derroche ontológico les da propiedades trascendentales,
el poeta les pone nombres, las vuelve singulares, conceptuosas;
tal vez quiere prolongarse,
salvar un poco en ellas
el desecho insalvable que será su cuerpo propio,
salvarse en ellas de la no pertenencia
en la que terminarán sus mismos versos universalizados.
El sillón de cuero se llama "la nube"
y deja de ser un confortable sillón cualquiera,
yo hasta pagué por verlo, es un sillón con suerte,
con la suerte del mismo poeta,
sillón que alojó un culo laureado.

II

Ya que ando en juicios,
me iré más con el valor momentáneo,
el de la sucesión de perecibles,
el sin precio de las obras naturales
que no se poseen porque mutan
frente a uno o a ninguno son y no se pertenencen,
si acaso es el tiempo, se prestan solo un rato,
media su disfrute la paciencia y el ojo fotográfico.
Ese cielo y ese mar, la vista de ellos,
viene siendo la no cosa más valiosa de la casa,
pero este valor hay en las ventanas de la Sebastiana
y en cualquier otra menos famosa ventana
de las que se enciman en el cerro.

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