Creemos que fraguamos huecos considerables,
que le pisoteamos el rostro y que lustramos magníficos incendios en su dermis.
De desobediencias, de usos depravados nos alabamos,
en autoreferencia voluptuosa de punición sugerimos lo no controlable
pero no podemos hacer llorar a una diosa, ¡parvulum humanitatis!
y sentirnos dueños de la culpa es el principal onanismo,
inventar la mala conducta y el castigo, cometer lo castigado para elevarnos siquiera al rol de antagonistas.
Ayy opinamos que la mancillamos y es que quisiéramos ser, ser aunque sea sus violadores,
decimos que absorbe por el geológico cutis su alimento y que tóxicos estamos todos los inhábitos; es que quisiéramos ser, ser aunque sea su pathos.
De catástrofe le adjetivamos a uno sólo de sus guiños, a un mover la mano
y vocalizamos elegías y nos flagelamos en lutos: "fue una tragedia natural", como si natural pudiese ser palabra que acompañe a trágico.
¡Egóticos ántropos!, lejos estamos de llegar con ella a la simbiosis, no somos ni sus excresencias, ni sudores, menos poluciones, seremos quizá ácaros asustados replegados en sus membranas,
sólo ericitos en su mineral con puntas casi romas, con fusiones atómicas.
Ella tiene nuestros cuerpos como confeti en los cabellos, nos sacudirá más temprano o menos luego.
Está intacta de mano de hombre, no somos su problema sino el nuestro, su problema es, sí, el Sol que la subyuga.
Todas nuestras carnes pasadas ni una perla roja son de su diadema tropósfera
Ayy isótopos radiactivos de utiliería, nada para su manto de terciopelo eléctrico acostumbrado a transformar rayos cósmicos.
Ella es la inmaculada, no hay mancha de hombre o mujer que pudiera andrajarla,
ella que tiene el torno que moldea el magma , no se preocupa, hermosa alfarera, ni se inmuta
sus venas transportan escombros y ciudadanos desde hace lo incontable,
ella ya diluvió, pasa hielos y desagües, tiene su menstruación periódica,
ella es mucho más grande que la soberbia
ya estaba antes de la enunciación y volverá a estar innominada,
todo es como debe ser.