Si he de diseccionar, si soy la desconexa
entonces he de privilegiar;
como a toda mirada que corta
también se me antojan jerarquías
esta vez, veamos, del listado corporal.
Los ojos no, por dependientes de la luz,
por adherir a los visibles obviando lo que no está.
Sí la cavidad del vientre, nicho de gestas, cajón de guardar.
Los muslos no porque se bifurcan
obligando a optar entre izquierda y derecha
o, en su caso, a turnar
y en los intersticios temporales (los de los turnos)
se oportunan los malos soplos.
Sí su vértice, a la cuenta multiplicador:
uno que cuando a- coge dos,
un primo tres si cuenta el conjunto como unidad.
La boca que habla, ríe, besa, grita, suspira, calla, discursa; no,
por orquestal
y no por peligrosa hueca con voz.
Los pies sí, sobre todo el diestro
en honor al hemisferio izquierdo,
sí los pies porque arrastran la colección de órganos
y lo hacen guardando ritmo, alegre compás.
La nuca sí por silla turca,
caprichosamente por tal nombre,
sí por literario, por estético el asentamiento glandular.
Cuello y espinazo por la actividad eléctrica sí;
por vías del rayo microósfero sin trueno sí.
El estómago no por asustadizo, por ácido, por ruidoso,
no, por aceptar cualquier cosa, hasta lo que le hace mal,
y luego desagradecido o agradecido
tener que devolverlas incomibles ya.
El hígado sí por cedazo,
solamente por tener criterio para filtrar.
Nalgas, pulmones y senos no,
por pares, por eso mismo de escindir atenciones.
La nariz sí, por aspirante y con memoria ella.
He ahí para esas piezas seleccionadas
que me discrimino la ergonomía.