miércoles, 6 de octubre de 2010

Anatomía positivista


Si he de diseccionar, si soy la desconexa

entonces he de privilegiar;

como a toda mirada que corta

también se me antojan jerarquías

esta vez, veamos, del listado corporal.

Los ojos no, por dependientes de la luz,

por adherir a los visibles obviando lo que no está.

Sí la cavidad del vientre, nicho de gestas, cajón de guardar.

Los muslos no porque se bifurcan

obligando a optar entre izquierda y derecha

o, en su caso, a turnar

y en los intersticios temporales (los de los turnos)

se oportunan los malos soplos.

Sí su vértice, a la cuenta multiplicador:

uno que cuando a- coge dos,

un primo tres si cuenta el conjunto como unidad.

La boca que habla, ríe, besa, grita, suspira, calla, discursa; no,

por orquestal

y no por peligrosa hueca con voz.

Los pies sí, sobre todo el diestro

en honor al hemisferio izquierdo,

sí los pies porque arrastran la colección de órganos

y lo hacen guardando ritmo, alegre compás.

La nuca sí por silla turca,

caprichosamente por tal nombre,

sí por literario, por estético el asentamiento glandular.

Cuello y espinazo por la actividad eléctrica sí;

por vías del rayo microósfero sin trueno sí.

El estómago no por asustadizo, por ácido, por ruidoso,

no, por aceptar cualquier cosa, hasta lo que le hace mal,

y luego desagradecido o agradecido

tener que devolverlas incomibles ya.

El hígado sí por cedazo,

solamente por tener criterio para filtrar.

Nalgas, pulmones y senos no,

por pares, por eso mismo de escindir atenciones.

La nariz sí, por aspirante y con memoria ella.

He ahí para esas piezas seleccionadas

que me discrimino la ergonomía.